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La máscara es un objeto muy particular. Pudiendo ser eventualmente muy simple y de cualquier material, transfigura a quien la porta, tornándolo otro. Pero no es un objeto de uso personal, individual, sino social, cultural. En ese sentido es un elemento que puede ayudar a explicar procesos sociales. Pero además, es un elemento que transita entre las manifestaciones religiosas y las artes escénicas, entre los rituales mágicos y los religiosos, entre el mundo sagrado y el profano –por ejemplo de los carnavales–, entre las sociedades arcaicas y la sociedad moderna.

Arturo Jiménez Borja observa en general que “la principal función de la máscara es transfigurar. Es decir, producir un efecto ilusorio, engañoso; intrigar y atemorizar. Cubre al hombre y lo convierte momentánea y rápidamente en algo distinto. Muestra y oculta a la vez.”²

Con un discurso más complejo, Gisela Cánepa, para con el caso de Paucartambo, involucra aquello que la antropología llama “proceso ritual” (no se limita al análisis aislado de las máscaras), para lo cual considera las distintas fases o momentos de la fiesta; y descubre que acontecen dos espacios: ambigüedad e integración; el primero permite la transformación; el segundo señala o afirma el orden jerárquico. E indica que la máscara es la que hace posible este doble proceso. Sobre el primero, la máscara es de naturaleza ambigua; “es decir, que oculta y muestra a la vez”. Pero además, dado su poder de representación y de fetichización, es símbolo integrador y de propuesta de un orden jerárquico³. Explico cómo entiendo esto: la máscara, que oculta y evidencia, permite que todos y cada uno de los individuos que portan la máscara, sumados, se transformen en una entidad social, colectiva, que da identidad a cada individuo. Al mismo tiempo, el extraño –el negro, el selvático, etc.–, representado por el traje y la máscara, es transformado o integrado al “yo”, que no es el portador de la máscara individual, sino el “nosotros” grupal. La máscara también es agente de transformación de la realidad en el sentido en que lo que aparece como verosímil en la fiesta es la representación de la realidad y no necesariamente la realidad misma.

Sobre el segundo, la integración jerarquizada se logra a través de varias vías, entre otras, estas dos: 1. El uso o no uso de las máscaras. En algunos procesos rituales, como por ejemplo nuestra fiesta de Paucartambo, no cualquier persona de modo gratuito o azaroso compra una máscara, se cubre la cara con ella y se las echa a bailar donde le plazca. Unos usan máscaras, y trajes; otros no tienen por qué hacerlo; no deben hacerlo. 2. El uso de distintas máscaras. Es decir, tampoco hay gratuidad respecto al personaje que cada quien puede representar; esto se vincula al proceso de pertenencia a una comparsa por parte del individuo; así, hay comparsas que tienen más estatus relativo que otras; así, usar tal o cual tipo de máscara y de tal o cual personaje depende del estatus que logre el individuo y de su merecimiento de pertenencia. Pertenecer a una comparsa es una recompensa reconocida socialmente, y fruto de un largo proceso por parte del individuo, luego de varias pruebas formales (saber bailar correctamente, etc.) y rituales (pruebas de resistencia al castigo, promesas,etc.). El uso de la máscara de un personaje o de otro señala estatus. Es distinto participar de la comparsa de panadero de participar de la de capac qolla. ^4..5

paucartambinos asentados en las ciudades del Cusco y Lima, la fiesta de la Virgen del Carmen asumió protagonismo a nivel local y regional. La fiesta se desarrolla en lo fundamental entre el 15 y el 19 de julio. Participan al menos dieciséis danzas identificadas con diversos tipos de máscaras.
² Arturo Jiménez Borja, Máscaras Peruanas. Lima, Banco Continental, 1996.
³ Gisela Cánepa Koch, Máscara. Transformación e identidad en los Andes. Lima, PUCP, 1998.